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Qué hacemos

"Un espacio para fomentar la reflexión, las instancias de diálogo y el pensamiento crítico."

¿Sabías que somos una Fundación?

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¿Dónde queda la responsabilidad de generar cambios sociales? ¿sobre quién recae la tarea de formar las capacidades de generar cambios profundos, cambios que no nacen de las ideologías, sino de las auténticas ideas? ¿Sobre quién recae la responsabilidad de formar el pensamiento crítico, la capacidad de diálogo, el afán por llegar a la raíz de las cuestiones? 

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Vivimos insertos en ideologías, pero son las ideas profundas las que realmente posibilitan los verdaderos cambios sociales. Hoy hemos perdido la capacidad de razonar las cuestiones a fondo. La velocidad de la vida y de las comunicaciones nos exige una vida acelerada, que impide dejarse un tiempo para pensar. Vivimos en democracia, y creemos en ella.

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El problema es que una verdadera democracia es aquella donde hay espacio para reflexionar las posturas que se me proponen, donde hay diálogo verdadero, que proviene del intercambio de ideas, de la reflexión, de lo contrario, cancelamos la posibilidad de una verdadera sociedad.

 

El desafío es volver abrir un espacio de  diálogo, alimentado de la reflexión valiente y crítica sobre la sociedad en la que vivimos. Este espacio es el que quiere abrir esta Academia.

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Carta de motivaciones

La cuestión es simplemente así: hoy en día hemos perdido la capacidad de razonar las cuestiones a fondo. La velocidad de la vida y de las comunicaciones nos exige una vida acelerada, que impide dejarse un tiempo para pensar, para sopesar las razones que nos llevan a vivir de un determinado modo, a juzgar los argumentos que mueven a nuestra sociedad a ser lo que hoy es: una sociedad de consumo, cuya columna vertebral  es la vida económica y no, como se esperaba sería cuando se dio inicio a la vida  democrática, aquellas ideas que como ciudadanos queremos defender, aquello por lo que vale la pena vivir en comunidad, los ideales a partir de los cuales queremos soñar el mundo que dejamos en heredad a las generaciones futuras. Atrincherados en nuestra propiedad privada y en nuestra vida privada, no hay más ley que rija nuestras relaciones ciudadanas que la ley del mercado, y no hay más consigna que la libertad, pero una libertad acorde con esa ley de mercado: mi libertad termina donde empieza la del otro. En coherencia con esta ley de la propiedad privada, se predica la ley del consenso (que no del diálogo), que no tiene otro futuro que la sociedad de mínimos. Es decir, haz de tu vida privada una trinchera, como la haces con tu propiedad privada, en la que nadie se pueda meter, y deja que los demás hagan lo mismo con la suya.


En el fondo, el argumento es el mismo: cada  uno tiene que velar por su vida, tanto en lo que respecta a la decisiones vitales como en lo que respecta a las decisiones económicas. Y el sistema político para que esto funcione: la democracia entendida como el derecho que todo ciudadano tiene de ejercer el voto, por supuesto, privado y secreto. De nuevo la trinchera.  Hemos perdido la capacidad de diálogo, en pos del voto privado y anónimo. No hay nada en lo que tengamos que ponernos de acuerdo, no hay debate que tenga sentido: simplemente vota a lo que te acomode más a tus intereses personales y el resto lo hace el conteo de votos: la mayoría se impone. Si no eres parte de la mayoría, calla, porque levantar la voz es intolerancia. Lo siento, no piensas como la mayoría. 
 

No era éste, claro está, el objetivo cuando se dio inicio a la vida democrática. Una verdadera democracia es aquella donde hay diálogo, donde hay espacio para reflexionar las posturas que se me proponen, donde hay posibilidad de levantar la voz y de hablar, sin miedo, sin necesidad de ser fiel a partidos – sólo desde la fidelidad a sí mismo- para llegar a lo que queremos ser como sociedad.  En vez de tal diálogo, lo que tenemos es una caricatura de propaganda política, en la que las “ideas” se venden del mismo modo que una pasta de dientes: fotos de candidatos sonrientes, a los que acompaña una frase bonita, como la de cualquier otro anuncio publicitario. Y se pretende que eso sea democracia.

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No, la existencia de la democracia no está asegurada por el acceso al voto, sino por el diálogo verdadero, por el intercambio de ideas, por la reflexión,  y por la responsabilidad que como ciudadanos tenemos de hacernos cargo de esto. Si nos atrincheramos tras nuestro derecho a voto, tras nuestros intereses personales, cancelamos la posibilidad de una verdadera sociedad. El desafío es volver a fomentar el verdadero diálogo, alimentado de la reflexión valiente y crítica sobre la sociedad en la que vivimos. Y esto no es poco, porque si el diálogo es verdadero, cada uno tiene que estar abierto a ceder su opinión cuando descubra, con honradez intelectual, que la opinión contraria, o diversa, tiene mayor fuerza. 
 

Esto es lo que esta academia quiere fomentar: el pensamiento crítico. Desde el estudio de la filosofía, desde el análisis que los grandes pensadores han hecho de su propia época, se pretende iluminar nuestra época, sacar a las personas del conformismo, y enseñarles a correr el riesgo de pensar. Lamentablemente hoy esta tarea ya ha sido desplazada de los planes de educación. En Chile, los programas de educación solo dejan un pequeño lugar a la filosofía pues están cada vez más constreñidos por el mercado laboral. El objetivo de nuestro sistema educativo es la eficiencia con miras a la obtención de las capacidades que el mercado laboral necesita. Con estos objetivos en la mira, ya no hay espacio para una actividad que concluye en sí misma, que no tiene una aplicación práctica a corto plazo, ni unos resultados cuantificables de los que se pueda dar cuenta. 
 

Desde esta perspectiva, la cuestión que queda en entredicho es dónde queda la responsabilidad de generar cambios sociales. Queremos esos cambios, pues no nos conformamos con un mundo en el que rige el criterio de la maximización de la utilidad en lugar de los valores esencialmente humanos. Pero si lo que se forma hoy son las capacidades de adaptación al mercado, ¿sobre quién recae la tarea de formar las capacidades de generar cambios profundos, cambios que no nacen de las ideologías, sino de las auténticas ideas? ¿Sobre quién recae la responsabilidad de formar el pensamiento crítico, la capacidad de diálogo, el afán por llegar a la raíz de las cuestiones? 

 

Ese es el desafío del que esta Academia quiere hacerse cargo. Muchas veces se ha dicho que  los filósofos hablan para sí mismos. Y es cierto. En parte, porque la filosofía se ha encerrado en el mundo académico. Y en parte, también, porque no hay ni tiempo suficiente para reflexionar sobre lo que los filósofos dicen ni espacio para abrir el diálogo. Ese espacio y ese tiempo es el que pretende crear esta academia.
 

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