Academia Kairós
En Contexto #1: ¿Escapar a las redes?
Publicado originalmente el 6 de abril

“Creo que es importante saber cuando un autor fue o no fue un bastardo. Y cuando lo sabemos aún podemos leer sus trabajos. No estoy pidiendo que quemen sus libros, pero creo que es importante saber cuando un autor es una persona terrible. Estoy hablando de Foucault”.
Así comenzaban las declaraciones del filósofo y economista francés, Guy Sorman, en un programa de televisión la semana pasada que causaron revuelo en la academia de filosofía. En ella, Sorman acusaba a Foucault, autor de “Vigilar y Castigar” e “Historia de la sexualidad”, de haber abusado sexualmente de menores en Túnez en la década de los sesenta. La noticia fue replicada en múltiples medios de comunicación y despertó nuevamente el clásico dilema sobre la factibilidad de separar al autor de su obra. Y, ¿qué hacemos con la obra de Foucault a la luz de estos hechos? Una situación similar a la que ocurrió hace algunos años tras la publicación de los “Cuadernos negros” de Heidegger, escritos entre 1931 y 1938, en donde el filósofo alemán coqueteaba con las ideas del nazismo.
La polémica de Foucault llegó al punto de ser trending topic en Twitter durante todo el día miércoles. Y como ya ha ocurrido en otros casos, el ciclo mediático se despertó una vez más: por una parte comenzaron a circular múltiples opiniones a favor de la “funa” al pensador francés; por otra opiniones en su defensa. También se reinició el debate sobre los límites o alcances de la, así llamada, “cultura de la cancelación” o cancel culture. Hubo quienes consideraron que esta historia manchaba por completo la obra del francés y, por lo tanto, ya no queda nada más que desecharla. Y otros tantos que ponían en duda la declaración de Sorman, cuestionando por qué no había denunciado antes o qué ganaba él con estas declaraciones. El día jueves, la historia apareció en uno que otro titular y se apagó.

Por supuesto que el escenario no fue tan blanco y negro y hubo quienes, entre la gran masa de ruido y curatorías algorítmicas, plantearon la visión que se sitúa en el medio entre el extremo de la cancelación absoluta y la idolatría, planteando que sí es posible la relectura de la obra de Foucault a la luz de estos hechos, como el mismo Guy Sorman propuso. El problema es que esta postura es apenas visible, es apenas una tenue luz. La velocidad de las redes en un scrolling a alta velocidad no alcanza para estas lecturas; 140 caracteres en Twitter no dan el ancho.
Esta clase de lecturas “grises”, que evitan los absolutismos, son posibles; pero, en los tiempos que corren, se sienten difíciles, complejas; resulta más fácil evitarlas. La esfera pública hoy adolece de pobreza. Pero no por una supuesta “corrección política” que no permite que ciertas cosas se digan, sino porque nuestra imaginación está entrampada: la cancelación absoluta o la idolatría parecen ser las únicas formas de reaccionar que se nos ocurren. Y si esto es así, entonces, ¿de qué lado estamos? ¿De los buenos o los malos? ¿De los que tienen la verdad o los que no?
Esta bipolaridad, binarismo o polarización parece ser el único escenario posible. La esfera pública hoy no da para imaginar otros escenarios fuera de la lógica de las redes, que están ya instaladas en nosotros.
Markus Gabriel, filósofo alemán contemporáneo, en una entrevista a Página 12 describe a las redes sociales como regidas bajo la lógica del odio. Las redes explotan nuestros disensos, nos conducen a producir y a exacerbar estos roces para alimentar la economía de la atención que está supuesta en el funcionamiento de las redes. “[El] odio es disenso sin solución. Las redes sociales producen odio porque no hay manera de resolver un conflicto. No hay un sistema legal en Facebook, no hay tribunales”.
En otras palabras, el odio no es algo contingente o accidental de las redes. Es parte de ellas y hoy también lo es de nuestro discurso público. Vivimos en las redes, gracias a ellas y “dentro” de ellas y su lógica. Y hoy, en mitad de una pandemia, esto es cada día más evidente.

Pero otros espacios sí son posibles. Como comenta la filósofa y periodista argentina, Tamara Tenenbaum, en su columna “Perdidos sin traducción”, hoy estos espacios sí existen. Llegar a este tipo de disensos y llegar a romper esta lógica hoy “es quizás más fácil (…) en la literatura que en la televisión, en la universidad que en los medios que viven de clics y suscripciones”. Espacios donde nos enfrentemos a nuevas ideas, en los que “podamos jugar a sostener una idea peligrosa por un rato sin tener miedo de que la identifiquen con nuestras convicciones más íntimas”. Nuestro dilema es poder recordar y actuar a contrapelo de la lógica que nos cruza y encarnar la posibilidad de un discurso público diferente en plataformas, espacios y conversaciones fuera de la economía de la atención y clicks; a través de la creación de espacios públicos tanto en el mundo digital, como en el análogo.
Y entonces, ¿qué hacer con Foucault? La respuesta obvia: evitar caer dentro de ese pensamiento blanco y negro que nos constituye y detenernos en la pregunta. La respuesta complicada: enfrentarnos a continuar leyendo a un pensador indispensable para el pensamiento filosófico contemporáneo. Continuar leyéndolo a la luz de estos hechos, sin evitar verdades incómodas y persistir en esa incomodidad. Foucault es parte del pensamiento contemporáneo, para nuestra fortuna o desgracia.
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